Cómo improvisar un buen discurso en público
Pilita Clark
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Pilita Clark
Hace unos días, estaba sentada en una tienda de campaña en el Festival del Libro en Dalkey en las afueras de Dublín, donde Richard Flanagan, el novelista ganador del Premio Booker, dio una interesante explicación de la fuente de la creatividad artística.
Contó una historia sobre un compañero australiano, el jugador de críquet Jeff Thomson, un lanzador increíblemente rápido al que una vez le pidieron que describiera su técnica letal. Un poco desconcertado, Thomson respondió que todo lo que hacía era correr, seguir sus instintos y lanzar. Flanagan nos dijo que el arte es mayormente instintivo y probablemente tenga razón. Algunas personas tienen increíbles dones naturales y no tiene sentido preguntarles cómo o por qué.
Todavía estaba pensando en el misterio de este tipo de don cuando regresé a Londres y vi que el presentador de la BBC, Jeremy Vine, había publicado en línea una historia extraordinaria sobre Boris Johnson, el líder en la contienda para ser el próximo primer ministro de Gran Bretaña.
Me pareció que era una historia sobre el instinto y la improvisación que debería ser una lección obligatoria para cualquiera que necesite pronunciar un discurso en el trabajo.
Una noche Vine presenció el genio de Johnson, quien llegó tarde a una ceremonia de premiación para banqueros en un lujoso hotel de Londres, sólo para enterarse de que tenía que tomar el escenario en pocos minutos para dar el discurso después de la cena.
Mientras los estresados organizadores observaban, el diputado del parlamento averiguó frenéticamente de que se trataban los premios, pidió un lápiz, escribió algunas notas en un menú y, para el asombro de Vine, pronunció un discurso increíblemente divertido, a pesar de haber dejado sus notas garabateadas en la mesa.
Primero contó una historia sobre una oveja, después una sobre un tiburón y una tercera sobre un borracho. Terminó observando que un trofeo de cristal que Vine iba a entregar parecía “una pastilla alargada”. La audiencia se río a carcajadas.
Vine, quien generalmente se prepara para un discurso con semanas de anticipación y quien además escribe sus charlas a mano, se dio cuenta de que estaba en la presencia de un genio. Eso mismo le escribió después a Johnson: “Brillante. Inspirado. El discurso más divertido que jamás he visto”.
Pero 18 meses después, Vine estaba en otro evento de la industria en otro hotel, donde nuevamente Johnson llegó tarde para dar otro discurso que aparentemente también lo tomó por sorpresa. Nuevamente pidió un lápiz y volvió a dejar sus notas garabateadas en el menú en la mesa. Después contó las historias de la oveja, el tiburón y el borracho, y concluyó con la mordaz mención sobre el trofeo que parecía una pastilla alargada, todo lo cual fue recibido con carcajadas. Vine observó todo esto en un estado de comprensible incredulidad. Para él, el asunto planteó una pregunta fundamental: ¿es este tipo un fraude? Tenía razón en señalarlo, pero no era el único punto importante.
El discurso de Johnson también fue una clase magistral sobre las tres grandes verdades de hablar en público, comenzando con una lección que es obvia pero que a menudo se pasa por alto: no tengas miedo de ser gracioso. No es necesario que cada discurso esté saturado de bromas y no todos los oradores pueden dar un discurso tan hábilmente como Johnson. Pero la mayoría de las conversaciones se mejoran enormemente con al menos un intento de hacer una o preferiblemente dos bromas bien elegidas.
Johnson también utilizó lo que se conoce como la regla de tres. Demasiados discursos están llenos de un torrente de información que los hace difíciles de dar y de digerir. Los mejores a menudo se dividen en sólo tres puntos, o al menos tienen un comienzo, un medio y un final. Una oveja, un tiburón y un borracho tal vez no se adapten a cada ocasión, pero el principio sigue siendo válido.
Finalmente, y lo más importante, siempre debe haber preparación. La destreza artificial del Sr. Johnson oculta la realidad de un hombre que siempre está fantásticamente bien preparado. Los mejores oradores suelen estarlo. Para la mayoría de nosotros, la única forma de parecer que estamos improvisando es practicar ferozmente con la esperanza de eventualmente dar la apariencia de ser espontáneos.
Como dice la guía de oradores para las omnipresentes charlas de TED: “¡Ensaya, ensaya, ensaya!”
Algunos de los que oradores de las charlas TED dicen que pasan hasta 200 horas practicando. Otros dicen que necesitas dedicarle al menos una hora de ensayo por cada minuto de una charla. De cualquier manera, como Vine descubrió, muy pocos oradores realmente pueden improvisar un buen discurso.